Tengo un día atravesado en mi hemisferio de memoria regresiva, por lo terremotiento. Comenzó cuando el gringo Dave me invitó a almorzar comida judía china.
Éramos vecinos en Reñaca, un balneario que fue hermoso, antes de su saturación con concreto.
El gringo vivía en una casa de madera, poquito más que una choza, mal vista por los vecinos.
Desgarbado y excéntrico, Dave andaba siempre o casi siempre, con un gorro de piel de algún animal blanco, un gorro como de cosaco. Ya se le identificaba entre Valparaíso y Concón. Soplaba blues en su armónica en ciertas noches del Yaco y otros territorios nuestros del Puerto.
Una comida judía china me dejó metido. ¿Qué sería eso?
Fui a su cabaña indecente, infiltrada entre las bonitas casas de Reñaca, la mayoría de propietarios santiaguinos, vacías, pues no era la temporada de vacaciones. En todo caso el mar, allí al frente, es lo de menos. Son playas inservibles para nadar, pero la moda es la moda. Olvídate los pedazos de argentinas, los bikinis y la gente linda que va en las temporadas de verano.
Dave me recibió con su sonrisa desdentada, su melena y sus rubios bigotes teñidos con tabaco. Me abrió la puerta de su cabaña inexacta, infiltrada en este territorio que entonces era chic.
El gringo tenía una estufa hecha con un tambor de hojalata que fue envase de algo. Tenía música que nadie tenía en el Cono Sur en esa época. En su lar sonaban blues que mis orejas zapateaban de placer. Averigüé a los maestros a posteriori, gracias a mi memoria orejística, cito algunos: Howlin´Wolf, John lee Hoker, B. B. King, Jimmy Witherspoon, Eta James, Bobby Bland, en fin.
Dave, el cosaco de Reñaca, se creía negro. Una mayoría de gente lo clasificaba fácilmente como jipi.
Llegó a Valparaíso según varias versiones. La que encuentro más creíble, es aquella de que en una típica manifestación anti-Vietnam, posiblemente en Nueva York, se puso muy paranoico, se sintió vigilado, vio CIA por todos lados, se vio fotografiado. Muy volado con hachich, tomó un globo terráqueo, lo hizo girar, lo paró con su dedo índice y le salió como en una tómbola, Valparaíso. Llegó al Cerro Mariposa y después fue a parar a Reñaca, el balneario que les dije, al lado de Viña del Mar que a su vez está al ladito de Valparaíso. Desde donde estábamos, se ve todito el Puerto.
El gringo estaba protegido por alguien y vivía allí con una señora contrabandista y diler. Ella no estaba ese día.
Dave estaba por ese período mosqueado por la policía viñamarina. Sospechaban de Dave. Meses antes tuve una entrevista forzada con el “tío” Araya, un raro detective socialista. Fue a causa de un allanamiento a mi taller en Av. La Marina de Viña del Mar. Cuando viajaba a Santiago, mi taller era utilizado por amigos villamarinos. En una de esas, unas vecinas llamaron a la poli creyendo que me estaban robando. Los rati solo encontraron unos cuantos volados en plena cata de una excelente mariguana. Fueron todos presos. Tuve que ir a declarar como dueño de casa. En la conversa con el Inspector - el tío Araya- salió a luz el gringo Dave. El detective Araya sospechaba que Dave era de la CIA y que estaba introduciendo drogas para enmierdar la juventud chilena Le dije que eso no era posible, que el gringo simplemente musiqueába en los bares del Puerto, que era un músico y poeta, relacionado con la bohemia porteña y artistas circulando por Valparaíso.
El gringo participó muchas veces con su armónica en recitales de Los Jaivas. Siempre con su gorro cosaco muy peludo y ya no tan blanco que usaba incluso en verano.
Estábamos en nuestro banquete que a estas alturas no podría describir, con un vino tinto muy malo, eso si que recuerdo, en una ahumada atmósfera con música de blues.
Entendí que Dave quería decirme algo. Pasó un buen rato antes de que fuera al grano. Finalmente quería mis orejas y opinión para unos poemas de su autoría. Me salió con unos poemas que leyó en español, muy malos, no sé si los poemas o el español. Es posible que los haya mal traducido al español.
Años después supe que enviaba sus poemas a sus amigos compatriotas, pidiendo one dollar por poema. Quizás le resultaba y sus poemas le ayudaron a sobrevivir.
Encontré un poema del gringo, en una hoja mecanografiada apenas legible:
Una noche de primavera
estaban Piticlín y Merimey
en el Parque Forestal,
al ladito del río Mapocho,
Se revolcaban lejos del farol
por unos matorrales.
De él era la flauta que ella chupaba,
De ella eran las congas que él agarraba
Y le cantaban a un árbol viejo
Are are,
Are rama,
Rama rama...
Más elevados que un Altazor,
con una buena yerba de Los Andes
estaban como venusinos
jadeando una lengua rara
cuando un Unicornio
que pasaba por allí,
se sintió convocado,
y se les apareció
a Piticlín y a Merimey.
Cabalgaron a pelo los dos
por la Cordillera de los Andes
por el desierto de Atacama
y el valle de la luna
y por el mismo Parque Forestal,
hasta que los pararon los “pacos”,
que les pidieron permiso de conducir...
Hacía rato que Hellen, su mujer, al parir en Chile, volvió a gringolandia, quizás renunciando a la ciudadanía cósmica. Supe que retornó y que ahora está en el sur de Chile.
El recital poético que me daba en exclusiva por suerte lo interrumpió.
- Llegou Senu!, exclamó. –Camán, me dijo.
Salimos de su cabaña. Montamos en un jeep blanco sucio. Primera vez que lo veía manejar. Bajamos por la Bajada o Subida de los Ositos de Reñaca hasta llegar al paradero de Buses. Justo paró un bus de la línea “Sol del Pacífico”, que llamaban en la época que rememoro, “Terror del Pacífico”, y se bajó Seno. Este era un gringo como Dave, de esos que llegaron a Chile a fines de los sesenta buscando el lugar más apartado de su repudiada patria.
Seno era sanguíneo, muy corpulento. Se había casado con una mujer del sur. Allí vivía. Se bajó del bus muy de poncho. Estos eran los auténticos jipis fundadores, que se adaptaban rápidamente, con nuestros ponchos, nuestras mujeres, nuestros copetes y toda nuestra idiotez local. Eran estructuralistas intuitivos. De todas maneras, denigraban su origen americano. Estoy seguro que estaban tan o más avergonzados de su nacionalidad gringa que los judíos alemanes sobrevivientes de la segunda guerra mundial (Hanna Harem, Paul Celan, Walter Benjamin y un largo etc)
Esto está muy raro, me dije, este día es especial. ¿Cómo supo Dave que llegaba exactamente al minuto este otro gringo? Si el gringo no usa reloj.
Subimos a la cabaña de Dave con Seno, quien llegó con vino pipeño y pan amasado en su morral. Gringo camaleón, me dije, se transformó en más huaso que un huaso.
Copeteamos otro poco, seguimos con los blues. Los gringos hablaron sus cosas, en inglés evidentemente, que yo cacho poco o me daba lata cachar.
- Para celebrar la llegada de Senou, vamous al Puerto, dijo Dave.
Montamos los tres inexactos en el jeep rumbo a Valparaíso.
Dave conocía el Puerto más que nadie. Manejó por esos cerros increíbles en un día esplendoroso. Llegamos a un lugar, me parece que ubicado en el Cerro El Toro. Paramos frente a una casa porteña de madera y calaminas, de esas que cuelgan, entre las quebradas límites entre un cerro y otro. Dave lúcidamente calculó que el freno de mano del jeep no estaba correcto. Buscamos piedras grandes que chantamos en los neumáticos. Aseguramos las cuatro ruedas ante la fuerza de gravedad de esa calle con pronunciada inclinación, entre unos 28 y 32 grados.
Los tres mosqueteros turistas de cerros, chiflamos y gritamos hasta que un señor bajo, con camisa floreada, nos abrió su reja de un pequeño patio exterior, entramos a su casa porteña, a su living, donde me sorprendió una suerte de exposición de pájaros marinos y otros bichos embalsamados. Había por todos lados. Hasta en el baño a donde fui a mear. No recuerdo el nombre del amigo de Dave por eso lo nominaré como el taxidermista, pues ese era su oficio.
El tipo estaba excitado. Nos ofreció vino más decente que el vino de la comida judía-china de Dave, y nos comunicó muy contento que tenía un trabajo de mucha importancia. Si lo interrumpimos, creo que más bien no. Los artistas como él necesitan público. Este porteño de oficio raro nos recibió encantado de la vida. Estaba eufórico. El dueño de casa estaba a punto de embalsamar un Huemul. No sé a quién se le ocurrió meter esta suerte de ciervo endémico chilensis en nuestro escudo nacional. Vaya a saberse adonde obtuvo este animal el taxidermista del cerro El Toro. Esos ciervos (Hippocamelus bisulcus) viven exclusivamente muy al sur.
Como no tenía mucho espacio, por el instante había acomodado el cadáver del animal en su cama que había protegido con un mantel de plástico estampado. Era toda una instalación el animal en la cama. Aterrizamos de visita en el instante preciso de gloria de un artista taxidermista. Nuestro anfitrión muy excitado, concentrado y con idea fija, priorizó su urgencia. Estaba inspirado, nos palabreó obseso sobre su oficio.
En fin, lo ayudamos a despejar la mesa del comedor de botellas, tasas, panera, florero con flores plásticas, una pipa, papeles, etc. y procedió a instalar en una mesita de arrimo, una serie de implementos para una operación mayor. A mi me envió a su patio trasero a buscar un bombín de su bicicleta. Ya veremos para qué. Luego, los dos gringos ayudaron a trasladar el ciervo a la mesa del comedor. El taxidermista tomó un bisturí, le hizo un tajo de unos milímetros entre el pecho y la guata del animal, me pidió el bombín, enchufó la manguera de caucho del aparato en la incisión y le hizo el honor a Dave que bombeara. Allí supe que el arte de la taxidermia consiste en separar el cuero de toda la carne.
Yo estaba ángel en mal estado pues la comida judía china me había puesto la guata burbujeante. Confesé mi malestar. No me hicieron caso, entonces me retiré discretamente de ser ayudante, de la visión del cadáver del Huemul que inflaban y de sus admiradores, a la primera pieza que encontré. Era un dormitorio típico de señor sin señora.
El taxidermista explicaba a los gringos cosas de su oficio. Tenía un público extranjero que seriamente escuchaba su clase magistral.
Con mi estómago tambaleante, me encontré en una habitación que tenía unos tres pingüinos embalsamados posados en un ropero. Me tendí en la cama y encendí la tele.
Sentía lo que trascurría al lado. Por las risotadas norteamericanas, me imaginé al taxidermista disfrazado de payaso operando al animal. Al taxidermista le cayeron dos comedidos ayudantes cosmopolitas del cielo. El taxidermista es un tecnomago me dije. A los gringos o a cualquiera, ¿A quién no le fascinaría asistir al estrellato, paso a la inmortalidad de un Huemul en uno de los cerros de Valparaíso?, me decía, entre mis ascos.
Este día, bastante fuera de lo común, lo recuerdo no solo por este acontecer. Toda esta concatenación rarísima es solo el comienzo.
Me hacía el leso del operativo del lado, viendo tele en blanco y negro en esa pieza. Era una transmisión con ciertas interferencias por los vientos de Valparaíso, que balanceaban la antena. Daban una película que recuerdo perfectamente. Era un film catástrofe: un avión con ene pasajeros era invadido por una viscosa y gelatinosa ameba que se desarrolló vertiginosamente desde una maleta. Con los olores de taxidermia, esa película de terror que me agarró se me hizo muy realista. Sentí el hedor de la ameba horrorosa que invadía al avión. Además de ángel en mal estado, estaba con los pelos parados.
En fin, quizás Dave y Seno se saturaron de taxidermia mayor, el asunto es que me despertaron de mi fascinación televisiva. Decidieron que nos íbamos. Me perdí el final de la película.
Nos despedimos agradecidos. Al partir, pregunté por pura formalidad el precio de un pelícano embalsamado tremendo.
De reojo observé el avance del taxidermista con el Huemul. El animal ya estaba bastante descuerado. Esta visión asquerosa me hizo rechazar carne roja por un buen período.
Bajamos los cerros porteños y nos dirigimos hacia Reñaca. En el camino, Seno quiso comprar un trenza de jaibas, esas que vendían (no sé si aún) las viejas o los niños de los pescadores a los automovilistas, propuesta a la que me opuse con fervor.
Dave, en su rol de acogedor guía subrrealista, sacándole el jugo al jeep, insistió en bajar a la playa de Reñaca. No había gente. Entusiasmado, Dave nos paseó por la orilla de la playa. Avanzamos como tanqueros hacia una nueva conquista. Molestamos a las gaviotas y descubrimos unos cuatro pingüinos petroleados que habían botado las olas. En eso, el vehículo encalló en la arena.
Encontré, de nuevo, que este día era un tanto onírico. Bajé del jeep, mientras los gringos insistían a todo motor en despegar de la arena y más se hundían.
Me dirigí hacia la orilla. Había marea baja, olitas con baba oceánica. Con una actitud funeraria agarré uno de los pingüinos petroleados y lo lancé desganado al mar. Me mojé las zapatillas. Miré la puesta del sol color naranja. El naranja más naranja que he visto me despabiló. Tenía a esta hora una reunión con compañeros de arquitectura, recordé. Preparábamos una exposición de “tecno-magia”.
Fui traidor a los gringos. Dando explicaciones idiotas, me escapé del trabajo solidario del rescate del jeep.
Subí por la Subida (o Bajada) de Los Ositos, a esperar a mis compañeros universitarios. Arrendábamos una casa playera entre varios estudiantes. Como ya dije, éramos vecinos de la cabaña del gringo Dave. Nuestra comunidad estudiantil tenía una actividad sexual, teórica, poética, de vacilón patafísico, de una intensidad de miedo.
Responsablemente llegaron el “Jano”, el “Fauno” y Martín, discretamente atrasados e iniciamos nuestra reunión de “tecno-magia”. No les conté mis aventuras recientes porque las estaba digiriendo encima de mi almuerzo judío-chino.
Todo esto lo recuerdo por lo que viene. Es como si todas las horas anteriores, esta concatenación patafísica, me prepararan para lo que venía.
La Tecnomagia era un concepto de nuestro grupo, ideas que elaborábamos en 1er año de arquitectura. El “Fauno” Vivaldi teorizaba del “vacilón”, concepto que trataba de aprehender los espacios, colores, olores, música del entorno y cultura popular. Esto nos debe guiar, decía, tiritándole su barba y sus anteojos John Lennon bricoleados con sckoch. En síntesis, éramos los típicos estudiantes confabulados en alguna chicharra teórica rupturista
Todos los asistentes a la reunión habíamos realizado algún objeto tecno-mágico. Cada cómplice proponía su diseño exclusivo (prototipos probados) para una muestra a producir en la Escuela de Arquitectura de la Univ. de Chile del Puerto. Esperábamos causar escozor en los “geómetras descriptivos”.
A Martín le insinuamos que expusiera su reconocida ampliadora fotográfica fabricada a partir de una antigua cámara, de esas con fuelle. Jano tenía un artefacto que me encantaba, fabricado con un envase para aceite de auto, paralepípedo de hojalata de 5 litros, recortado por la mitad a lo largo y que con un simple chorizo radiante transformó en una suerte de estufa eléctrica. En ese tarro radiante hacíamos buen café, es decir, funcionaba. El “Fauno”, quien era uno de los más tecnomagos, ahora no recuerdo su propuesta. Creo que era un novísimo instrumento musical. Con Fauno, Jano y ………., tuvimos un efímero grupo musical, que sonábamos bomba.
Los tecnomagos proponíamos por principio cuestiones contra la academia y la geometría descriptiva. Para nosotros, todo proyecto era mera recuperación. Queríamos una arquitectura con recuperaciones. Nuestro 3er mundo no podía permitirse el lujo de idear sistemas nuevos etc.
En mi lenguajear no permití interrupciones. Aún con el Huemul descuerado en mis pensamientos, sostuve rotundamente la idea fuerza de que la tecno-magia es la solución para un estado de guerra, es el diseño “pos-terremotiento”, es el respeto obligado a partes viejas que aún sirven. El rescate o respeto de la pre-existencia, diría ahora “El Fauno” Vivaldi, que actualmente anda asesorando a los chinos.
No alcancé a terminar otra frase para el mármol, cuando se inició un temblor fuerte. En cuestión de segundos fue terremoto. Crujió todo, se desplazaron los muebles, se sentían roturas de vidrios, un fragor profundo. Arrancamos al exterior, un jardín en cota, con desnivel pronunciado. Tuve el gesto, aún recordado por mis compañeros, de agarrar la estufa a parafina y resbalarme de poto con la estufa encendida en la mano por el pasto en desnivel. Las casas reñaquinas se deslizaron crujiendo, cayeron muros enteros. Vi a Valparaíso, desde la posición panorámica privilegiada en que estábamos, como se apagaba, se apagaba, miles de luces se apagan en un ocaso sodoma-gomorriento. Con la luz ambigua del ocaso que les dije, Valparaíso lo vemos envuelto en una niebla vampirística. Fuimos testigos panorámicos de la catástrofe. Un terremoto histórico. Nuestra casa resistió, pero adentro hubo una quebrazón de la putamadre. Ese terremoto disimuló todas las copas que quebramos antes.
Me dio una inspiración vandálica, cuando vi la casa de una vecina, muy siútica, con el living al aire, y un muy buen equipo de música. Me retuve, de robar a los vecinos.
Mis cómplices de la teoría tecnomágica se retiraron raudos en el auto del Jano y de Martin, preocupados prioritariamente por la polola (Fauno), parientes y domicilios (Martin y Jano)
Me quedé ahí solo, en el jardín, con la estufa aún encendida con la que escapé, como guardián del fuego.
Encendí una radio a pilas que rescaté de la casa. Antes de que pasara una hora de la catástrofe, sintonicé fácilmente una transmisión en cadena nacional. El Presidente Allende se comunicaba en directo a todo Chile. El epicentro del terremoto es Valparaíso. Pide calma a la población.
Pocos recuerdan que el Presidente Allende tuvo esa advertencia telúrica. Es tan fuerte lo que vino. No es que me las dé de visionario, pero yo me “eché el pollo” antes de lo que vino.
Por reflejo gregario, partí donde mi vecino Dave Fass, quien también había tenido otra reunión frustrada por el terremoto. Lo encontré con otros cinco gringos, aparte de Seno. Todos alrededor de una fogata en el patio de la cabaña, muertos de susto. Eran todos primerizos en terremotos. Eran cooperantes de “La Alianza para el Progreso”, esa invención paternalista de Kennedy. Cual mormones, enviaron gringos jóvenes, a llevar el progreso o a iniciarse en el 3er mundo. Se decía que había en esa organización mucho CIA. A esos gringos cooperantes se les había ocurrido visitar a su excéntrico compatriota, el “cosaco” de Reñaca, al judío maoísta seudo negro, mister Dave, que el detective socialista Araya hasta amenazó con pistola.
Treinta años después supe que a Dave lo asesinaron en un bar de Nueva Orleáns, quizás por creerse negro. Esta es una de las versiones.
Según fui informado, por uno de Los Jaivas, Dave fue un jipi torturado por la dictadura y casi fue un mising, desaparecido. Su familia y amigos lo rescataron de Chile.
Dave fue un auténtico tecno-mago. En todo caso, sonará para siempre, con alguna percusión, posiblemente pandereta, en la primera e histórica versión de “Todos Juntos” que lanzó al estrellato al grupo Los Jaivas. Esto fue en un estudio de grabación al lado de la Plaza de Armas, cuando nos creíamos una Tribu dispuesta a joder al Gran Bazar.
miércoles, 21 de mayo de 2008
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1 comentario:
me gustaron mucho tus textos con los recuerdos de aquellas épocas gloriosas de los años hippies en Chile y los souvenirs de Paris - en verdad escribes muy bien y se podria pensar estos diferentes escritos en forma de diario o novela y publicado -creo que seria ademas un éxito editorial fantastico.
pedro uhart
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