domingo, 3 de agosto de 2008

El Club

El Club

(De recuerdos de un bricoleur)

Bravo, vengan dados y buen vino,
que ya no importa el mañana.
Vivir,
“¡Vive mierda!, grita la muerte,
vive que pronto he de venir”
(Del poema “Copas”, Virgilio)

Fundamos el club con el “Cabezón”, el Walter Buzman, el Flaco Cheverri, Jean Louis y yo, exactamente un dieciocho de septiembre, celebrando las fiestas patrias.

Para ese dieciocho, la primera embajada post dictadura puso recursos, arrendó un lugar en la periferia parisina, en Savigny Le Temple. Un Chateaux con amplios jardines, donde la comunidad chilena instaló stands, fondas, escenarios, cada cual con su cuento. Las tribus del PC, PS, MIR y el poderoso clan del Club de fútbol Salvador Allende competían en chilenismo. Este último fue la única organización multipartidista que registro en París. Por lo demás fueron campeones de fútbol de alguna división. Le ganaron nada menos que a los argelinos. Tenían un poder logístico tal, que se permitieron de exportar al bolerista Lucho Barrios directo desde el Cuzco. Me cachetonéo que colaboré para que el maestro del bolero triunfara en el Olimpia, en fin, nuestro lobby chilensis tenía sus movidas.

Se produjo una “toma de terreno” en el Chateaux de Savigny Le Temple y sus jardines. Olvidamos por unas horas que habitábamos en Francia.

Con el Cabezón transitamos de lo más enfiestados, chispiados, emocionados con tanta chilenidad, cuando encontramos unos conocidos: el Walter, el flaco Cheverri y el Jean Luis. Copeteaban y jugaban cacho en una mesa con mantel floreado. Tan concentrados estaban en los dados, que los saludos fueron de reojo. Inmediatamente admiramos esta sana costumbre muy de Club Radical. No sé si alguien ha recuperado los antecedentes de que todos los gobiernos radicales de Chile, en el siglo pasado, ganaron las elecciones gracias a sus clubes sociales, donde se practicaba el cacho.

Este juego de dados lo sentimos como una identidad. Por eso fundamos el “Club de Cacheros”.
El cubilete de cuero se llama cacho pues antes se jugó en vasos artesaneados en cachos de vacunos.

Designamos como sede el restaurante “La Caleta”, en la rue Oberkamf. Los fundadores aprobamos reunirnos los primeros lunes de cada mes.

Tuvimos éxito convocatorio desde la primera sesión.

De los fundadores no recuerdo quien aportó que, pero ya en la primera reunión teníamos cocinadas las reglas del ahora famoso e histórico Club.

Antes tendría que explicar que es inexacto lo de cacheros, pues no jugábamos Cacho, juego de dados que es una suerte de poker. En realidad jugamos Dudo. El Dudo aún no averigüé su origen.

En los dados el uno es AS, evidentemente. Tonto es el dos, tren es tres, cuarta es cuatro, quinas es cinco, sexto: seis.

Debe existir una razón matemática para jugar Cacho y Dudo con cinco dados por cubilete. En el Dudo se parte tirando un solo dado. Quien saque el dado mayor empieza el juego. Luego los jugadores lanzan simultáneamente sus 5 dados y cada jugador ve su juego, invisible para los otros. Supongamos que juegan 5 jugadores, entonces hay 25 dados en juego, es decir 25 sextos, 25 quinas, 25 cuartas etc., en juego. Además, los ases son comodines, remplazan cualquier número de 2 a 6.

Supongamos que yo parta y canto 6 quinas (cincos). El jugador de mi izquierda (acaban de imponer, en el Club de Cacheros que funciona en el Club de ex Deportistas, de la Calle San Camilo, Santiago (RM), que el juego, funciona a la inversa de un reloj) En fín, da lo mismo para que lado de juega, el juego es que a quien le toca, está obligado a montar, dudar o calzar. No es relevante en este cuento saber exactamente como se juega Dudo. Pero es una información útil para entender el lema del Club de Cacheros:

“Dudo, luego monto y calzo”

El Club acordó desde un comienzo, que la Presidencia es del mejor jugador. El primer Presidente, fue este pecho. Les saqué la cresta a todos los participantes en un juego fundador. En ese juego histórico, atiné con dos calces, con más de cuarenta dados en juego. Era una excepcional partida con nueve jugadores. No es conveniente jugar tantos, pues es una partida muy demorosa. Con tres jugadores mínimo y cinco máximo es el juego ideal.

Los Cacheros tuvimos un éxito inusitado, para felicidad de los administradores del restaurante “La Caleta” en la rue Oberkanf. Ciertos primeros lunes del mes hubo hasta 20 cacheros que jugamos en cuatro mesas simultáneamente, en donde los cuatro ganadores eran los Master de la noche, peligrosos aspirantes a la Presidencia.

Pusimos reglas simples:

Prohibidas las mujeres y extranjeros.

Todo nuevo cachero debe ser presentado por un miembro “histórico”.

Solo se es aceptado por unanimidad.

Cada uno “mata su chancho”, es decir, cada cual paga su consumo.

Todo juego dudoso o incertidumbre numérica, es arbitrada por el Presidente.

Sentí el power , cortando el queso en estos diferendos.

El Secretario anotaba la bitácora del Club, asistentes, ganadores, Masters de la noche, etc. El Tesorero se encargaba de sacar cuentas del consumo y cobrar a cacheros ebrios. Él mismo podía estar muy curado, pero era (es) seco para los números.

Siempre o casi siempre, teníamos algún entusiasta apasionado que apostaba botellas de vino (shileno, evidentemente), apuestas que valían “callampa” pues, hasta el día de hoy, no se ha logrado especificar si pagaba el perdedor o ganador. Los de “La Caleta” nos apaleaban en los vinos, pues solo bebíamos vino chileno, obviamente mejor que los mostos franchutes.

La prohibición de que jugaran mujeres nos significó más de un conflicto, considerando que casi todos los miembros del Club eran casados o convivientes.

Al Peláo, miembro que habitaba en Semlis, a 100 kilómetros de París, su mujer no le creyó esto del Club y llegó un día disfrazada con peluca rubia, para constatar que su Peláo estaba efectivamente jugando cacho con sus amigos. Nos armó un escándalo jevi pues no la dejamos jugar. Fue ella que nos salió al paso con varias feministas cacheras que nos retaron a duelo y provocaron una elección revisionista de nuestras reglas. Personalmente, con mi influencia y power cachero, y mi no menor prestigio como Presidente, presenté la moción de que se aceptaran damas. Perdí por un voto. El “Cabezón” me traicionó. Se picó porque se dio cuenta que yo tenía como objetivo a una posible cachera. Alarma de cacha le llaman ahora. Los cacheros casados son muy celosos.

El Club tomó vuelo porque los casados se liberaban de sus iñoras y chiquillos por un rato y también era una alternativa más entretenida que las latosas reuniones partidistas. De todas maneras, los Cacheros trascendíamos peleas ideológicas.

Una vez el Walter tuvo el desliz de presentar como candidato a miembro, al nuevo embajador de Chile en Francia. Evidentemente, él minoría R. A., del P.C., se opuso. Sin mediar debate, el embajador fue rechazado. En el Club de Cacheros la minoría tenía (tiene) un poder no menor. (Como el estado de Israel. Son algunos rabinos culiáos que cambian la balanza para la izquierda o la derecha)

Otra vez, fue aceptado un Agregado Cultural que posteriormente escribió un bodrio intitulado By by París, en donde habla de los cacheros. Este tipo fue expulsado del Club, no sé el motivo. Me lo contó un tercer hocico. No me consta. Me dio lata chequear esta información.

Tenía que pasar. El Guatón Cheverri, me levantó la Presidencia. Ya conté que por regla fundamental, la Presidencia está siempre en juego. Me ganó con dos calces al hilo, con más dados en juego. Quizás era previsible que un ingeniero informático le ganara a un poeta. Pero tampoco a él le duró mucho. Siempre habría (habrá) alguien que calce con más dados en juego. De hecho, el actual presidente de los cacheros de Paris, calzó dos veces al hilo con más de sesenta dados en juego. Eso cuenta él y sus acólitos. No me consta. Le creo, por principio, de optimista, propositivo. Debe haber sido un juego de 13 cacheros, ¡demasié!

En todo caso la Presidencia del guatón Cheverri, le dio un giro más práctico al Club. Cierto lunes hizo una consulta a nuestra inteligencia colectiva. Utilizó su power, para solucionar un petit lobby familiar o de partido: un “pastelito”, un allegado impajaritable, un cabro con visa de turista por tres meses, evidentemente sin billete le había llegado por rebote. El flaco Cheverri nos consultó ¿Qué hago?. Era nuestro Presidente, por tanto ante semejante consulta los Cacheros nos sentimos sus asesores.

Que más placer para los cacheros que ser consultores, de una cosilla íntima. Por cierto interrumpimos el juego y nos pusimos a pensar. Nos sentimos en un reality Show. Este trabajo mental en equipo, evidentemente dio sed. El flaco Cheverri financió unas botellas para la inspiración.

Nuestra red con las autoridades socialistas francesas ya no servían para otro refugiado. El allegado no era perseguido político ni mucho menos. Ya teníamos un Gobierno democrático y por las nuevas leyes francesas, no era ninguna gracia estar ilegal. Nos informó nuestro Presidente que su allegado simplemente había soñado, desde que se pajeó con una foto de la Bardot, lograrlo con una mina francesa.

Le pedimos un breaf a nuestro Presidente, detalles sobre su allegado. Que hacía, edad, cuando llegó, planes, etc.

Sintetizo, llegamos después de un amplio y completísimo análisis, a la conclusión de: si al “Quelo”, - por Rogelio -, que así se llamaba el allegado tardío, le encantaba la salsa, la bailaba regio y le decían “El Huaso Travolta”, entonces el “Quelo” tenía una fortaleza tremenda.

Rogelio tenía que casarse para tener papeles. Aconsejamos que fuera a una salsoteca a pincharse una señorita francesa. Según varios cachetones, estas iban a cazar sudacas.

El escenario y Plan de Los Cacheros, no me creerán, fue un éxito. El “Quelo” fue a salsear donde le dijimos, se sirvió bien servida a una señorita que no era francesa sino alemana, que no es lo mismo pero es igual, y nuestro Rogelio logró, gracias a nuestra inteligente asesoría, tener pasaporte Europeo. La alemana chapurreaba español, quería un sudaca caliente y listo. Lo exportaron a Alemania.

Después del caso Quelo, el Club desgeneró en consultorio sentimental, con varios casos de miembros en ruptura con sus iñoras. Explico que entonces dividíamos a las féminas en señoritas, señoras e iñoras.

El Cabezón volvió a Chile con el rango de Secretario Perpetuo del Club. Yo había retornado un poco antes. Me informó que como miembro Fundador, yo tenía el rango de Presidente Peremne.

Con el Cabezón ahora somos culpables de la filial santiaguina, que tuvo una aceptación insospechada. Le rogué al Cabezón que me informara de todo lo acontecido en el Club después de mi partida de París. Entre otras anécdotas sabrosas me rindió cuenta de que un miembro connotado del Club, el Culises, quién fue record de estadía en prisiones políticas, auspició la entrada a Los Cacheros de alguien imparable. Nuestro héroe nacional, muy pichulero él, presentó a un simpático travesti. Físicamente un tantito rechoncha pero con innegable carisma. No estaba contra las reglas esta candidatura, pues la loca desatada no era mujer mujer y aunque hablaba como señora uruguaya, mostró un documento ONU timbrado con la palabrota apátrida. Por lo tanto, no era tampoco extranjero, era alguien de ninguna parte. Ponia se llamaba y logró muy luego espantar recelos machistas. Por lo demás, el sarcástico héroe nacional demostró que dos de nuestras reglas tenían rendija, la prohibición de admitir mujeres y a extranjeros.

El Ponia ganó todas las manos y casi friega al Presidente con tres calces al hilo. Además pagó el vino, guitarreó y cantó boleros como una diosa. Sé que después fue protagonista de una película, un corto o medio metraje que grabó Pulises, fascinado con ella. Por suerte para los cacheros, no reivindicó ser Presidente (a) del Club, que se lo merecía, pues era (es) capo (a) para calzar.

A posteriori, a nadie del Club de Cacheros, ahora ya internacional, con sedes en Paris, Uppsala, Santiago y Talca, se le ha ocurrido proponer la prohibición de membresía a los homosexuales. Claro que ha ningún miembro se le ha vuelto a pasar por la testa, apadrinar a algún otro otra.