martes, 3 de diciembre de 2013

Santos bebedores 1 La amistad de los alcohólicos es más que la amistad. Valga esta afirmación borracha para empezar. Lo puedo demostrar, no solo con anécdotas personales. La solidaridad de los etílicos es emocionante. Los santos bebedores son capaces de compartir la última gota de vida, de alguna botella desesperadamente vacía. Igual, los más desmedidos se trampean entre ellos. Aunque dicha chuecura está prevista en nuestra complicidad. Pero existe equidad en el compartir copas entre los precarios, me refiero a cuando andamos corto de billete. Y pasa, me ha ocurrido, un bohemio recién conocido, me ha dado dinero, no necesariamente para seguir libando con él. Aún no he logrado hacer la misma buena acción, con otro etílico, amigo o no. Me debo esto, darle plata a alguien, a pito de nada. 2 Tengo registrado en mi meollo inexacto a los curaditos parisinos, esa cultura etílica cosmopolita, que son una institución, cuyo eje territorial es el Sena, o algunas estaciones del Metro, las más laberínticas. Esos simpáticos o insorpotables clochart, que Henry Miller se creyó uno de ellos. Se definen a si mismos como gente malhereuse, infeliz. Lo sé, pues varias veces conversé con algunos. Mis infelices viven en la calle y en galerías subterráneas, al margen de la realidad programada. Esta comunidad ya universal, poco estudiada sociológica o antropológicamente, excepto en indicadores idiotas de vagabundaje o de extrema pobreza, son más complejos. Al menos en París, entre ellos hay filósofos, poetas, aristócratas, ex abogados, ex gerentes, y varios ex guerreros colonialistas, ex de Argelia, clochard fachos, que tienen motivos de sobra para ser lo que son. Pero allí, entre todos mis desgraciados que les dije, tenemos gente interesante, que si compartes con los susodichos, sin decir agua va, te enseñan de la vida, gratuitamente, a pito de nada. 3 “El Ratón”, clochart parisino, ex aristócrata, por los 80, ya era atracción turística. Por el sector Saint Germain-Saint Michel, corazón del Barrio Latino, él atacaba, sorprendía a turistas incautos, en general mujeres, con una falsa rata, de este porte, mostrándola, sacándola sorpresivamente desde su raído abrigo. Performance gratuita, pues este clochart, no ganaba ni una moneda con su “teatro invisible”. Todo lo contrario, las turistas más avispadas le pegaban carterazos a él y a su falsa rata. Era un sofisticado “Conde Clive”. Supongo que le gustaban las reacciones y carterazos. Creo que a todos los alcohólicos que tienen mujer también. En el Barrio Latino de París, los turistas pajarones eran víctimas aleatorias de esta broma tontista. Solo los habitantes vecinos veían su show callejero como una rutina más del barrio. El show del “El Ratón”, es sin duda, un logro autodidacta del “Teatro Invisible”. De hecho, los flics, pacos, policías, ni se molestaban en pararlo. Era parte del ecosistema turístico, entretenía con su falsa rata. El público eventual se carcajeaba en varios idiomas del susto que causaba a sus víctimas. “El Ratón” del Barrio Latino, según averigüé, era un Gurú de una secta esotérica que reivindica a los ratones. Descubrí entre los libreros de la orilla del Sena, una revista llamada RATUS, seguramente editada por dicha secta. Tuve un ejemplar en mis manos, que lastimosamente perdí, como tantas ideas, por culpa de mi irresponsable borrachera. 4 Ebrio feliz o descontento, he tenido alguna verdad en mis manos, pero se me deshizo en mi cerebro. Solo recuerdo que tuve una idea tremenda que perdí, por otra mejor que también se me fue. Benedix Schönflies (nombre auténtico de Walter Benjamin), escribe en un texto computando a los nihilistas: “en cualquier instante, por esa puerta, puede entrar el Mesías”. Según mi lectura, hilando fino o con lana chilota, interpreto esta cita cabalística como que en cualquier barra, en los típicos conversatorios de bohemios, más de alguna verdad trascendente navega y aflora. Y siempre, o casi siempre, nadie se da cuenta. ¿Quién le hace caso a un curado? Yo escuché a uno iluminado: “el hombre es el SIDA del Universo, que dijo. Otro afirmó categórico: “Hoy, es hoy”. Y son pensamientos que no logro refutar. Creo que un común denominador de los alcohólicos, es ser, aparte de nuestro desorden efímero o crónico, o negatividad con el sistema, es ser así por carencia afectiva, (yo no) por causas perdidas, (yo si), por inconformidad, más que consigo mismo, con la humanidad (yo no). O por mero placer bioquímico (yo si). Evidentemente que el copete produce algo en las neuronas, para bien o para peor. Conozco gente, que cuando se frenan, se ponen idiotas. En fin, estas inexactitudes entre otras, nos marcan como no creíbles. No sé si menos mal: a todos los curados, nadie, o casi nadie, les da pelota ni les hacen caso, excepto, claro, a los borrachines consagrados. Me morí de envidia viendo el show del borrachín literato cochino que hizo Bukowski, o el dandi con tufo Serge Gainsbourg, en la TV francesa. Quizás si alguien nos encuestara a los no consagrados, produjera un focus group entre los etílicos creativos anónimos, ya tendríamos, una “utopía realizable”, la solución para este humanístico caos. A los etílicos famosos los utilizan como payasos. Les soportan sus excentrismos y salidas de guión. De eso viven. Ya sabemos que son putas baratas recuperados por la farándula potomoderna. Ya no tienen nada que decir, aparte de vender su patetismo en la perversa TV. Al menos en Francia. 5 “La ignorancia es atrevida”, me decía mi padre, sarcástico, cada vez que yo adolescente “patudo”, “subido por el chorro”, tiraba un juicio, por si pasaba. Me demoré un poco en entender o interpretar este dicho, aparentemente tontista, que constato cada vez más. Un día, en mi “ignorancia atrevida”, lo vi pasadito de copas y un tanto infeliz. Le tiré: - Papi, ¿no será el alcoholismo una psicopatología filosófica? Como que despertó, y me pidió que desarrollara esa intuición. Él me enseñó que la intuición es conocimiento a priori, es decir, saber el cuatro sin el dos más dos. Entonces le confesé, que en una intoxicación adolescente con pisco, ya vomitando mis tripas, mi meollo estuvo aparte de mi cuerpo enfermo, y solo reflexioné cuestiones existenciales o mayores. Mis vómitos eran alicientes para pensar aceleradamente cuestiones trascendentales. Cuando yo era colegial, mi padre psiquiatra me pilló contrabandeando un destilado para los alcohólicos de su Clínica. Me pagaban con chocolates. Esto determinó cambio de residencia de la familia. Obvio, un psiquiatra no puede vivir en familia con sus pacientes. Y perdí las asesorías de esos cultos caballeros con síndrome de privación, en mis tareas de inglés, francés y matemáticas, nuestros canjes de comics, libros de ciencia-ficción. Perdí a mis partenaires de Dominó, Poker, Canasta y Ajedrez. 6 Después de soportar el funeral de Julio Cortazar (febrero 84) en el cementerio de Montparnase, me retiré emputecido, pues el funeral se lo apropiaron los “Famas”. Los “Cronopios”, los auténticos cómplices del escritor, entre ellos un torero, un controlador de aviones, varios músicos de jazz, un ex boxeador sudaca, escritores menores, y este pecho acongojado, presenciamos discretos, detrasito de unas tumbas vecinas, una farándula de VIP y de pseudos VIP. Esta presencia inevitable de embajadores latinoamericanos, de funcionarios internacionales, de políticos políticamente correstos, se pegaban codazos para estar lo más cerca del ataúd, pues había mucha prensa. A los “Cronopios” nos dio vergüenza ajena. Los “Famas”, se apropian hasta de la muerte. Entonces quise ser crítico de funerales. De esta tristeza, se me arregló un poquito el humor en la noche, cuando fui al Bar-Restaurante “La Rayuela” en la rue Saint Sauveur. Paco, el patrón de nuestra picada, esa noche tuvo el gesto poético de instalar en la mesa que ocupó alguna vez Julio Cortazar: un mantel negro, una rosa roja, una copa de vino y una vela. Los habitues tristes brindaban con la animita de Cortazar. Tuve la osadía de borracho de sentarme en esa mesa, respetando la rosa y la copa de vino. Nadie se atrevió a echarme de la mesa fetiche, y hasta recibí algunas condolencias. Esa noche me comporté como viuda. 7 Jorge Teillier, el manso poeta lárico, me citó frente a la Biblioteca Nacional. La razón de la cita era para que me autorizara a publicar “Trenes que no has de beber…”, libro del pintor Germán Arestizábal, quien ilustró extractos de sus poemas. Ambos eran cómplices, soles lunáticos, más que de sus bares, de sus pertenencias, códigos y musas comunes. Eran, pues el vate se nos fue al lar de los inmortales. Teillier, una suerte de Li Po de la Frontera, le importaba un carajo los derechos de su autoría que le pedía. Ya eran de nuestro común amigo pintor. Solo quería compartir un luminoso día santiaguino. Siguiéndole su cuerda, fuimos a un Bar al lado del cerro Santa Lucía. No entrenado yo, recuerdo que llegué a mi casa arrastrándome, como un culebrón, intoxicado con vodka. Constaté en este “encuentro cercano”, con el fronterizo Teillier, que el copete crónico, no es una enfermedad filosófica ni poética. Ni siquiera una enfermedad. Es saudade abisal. 8 Después de mi retorno de París, pos 93, fui varios años parroquiano & contertulio cautivo del Bar “Insomnio”, allí en Bellavista pasadito Purísima. Allí nos reuníamos varios ex parisinos. Hasta que me peleé con su patrona. Picado, la amenacé que toda mi red de amigos no pisaría más ese lugar. Gente que según mi, aportaba glamour a ese tugurio. Ella se burló de mi pretenciosa amenaza. Pero efectivamente coincidió mi deserción de ex cliente, con la decadencia de mi ex territorio bohemio. Allí, produjimos varias muestras de pintura y lecturas literarias. Todos, o casi todos los convocados en esos eventos, ahora suenan, hasta son famosos, en la fauna endogámica de escritores, artistas, audiovisuales, periodistas, otros varios, de nuestro Chuchunco. No los juzgaré de ser “sacos de huevas”, de traicionar la alternatibilidad. Siguiendo la receta farandulera, insinúo, pero no doy nombres, a no ser que me paguen. Creo que la patrona nunca creyó, que más que por la botella, iba por las tetas y ojos de ella. Después adopté (o me adoptaron en) “El rincón Escondido”, en el callejón Rosales, de mi barrio Lastarria. Allí llegaban algunos viudos de el fenecido Bar “El Biógrafo”, pero los patrones son muy derechistas, por tanto, adopté (o me adoptaron en) su vecino “AntroFino”, donde negocié mis consumos y tuve crédito. Cambió de dueños. Tiene el rebuscado nombre de Hookah Troopa Bar. Fui heredado como cliente, con más ventajas. Allí, a veces vendo libros. La inteligencia de los gestores del copete nocturno, es la misma intuición de un editor o poeta nocturno. A este huevón le creo, o a este nica. En eso consiste el prestigio, exactitud o la inescrupulosa de los bohemios en lista negra. Todos, o casi todos mis contertulios, son exactos con sus cuentas a crédito. 9 Los bohemios de los días viernes, desahogando hiperventilados su enajenación, los escucho, y hasta me ofrecen negocios, en mi Bar, en mi oficina o clínica nocturna. Mi oreja estupenda, quizás les ahorra onerosos psicoanálisis chantas. Me sale onerosamente latoso lograr venderles un libro. Losotros, los bohemios crónicos, felices o desgraciados, según el estado de la luna, inconformistas, naturalmente ácratas y nihilistas, y entre mis pares, algunos anónimos maestros, afirmo que tenemos en el corazón alguna verdad irrefutable, la nostalgia abisal que les dije, alguna sabiduría no rentable, la añoranza de la diosa que se esfumó, como el vino tirado a la tierra, como el logos de vida. 10 Logré darle dinero a un recién conocido en mi barra, sabiendo que él hará lo mismo, a pito de nada.

2 comentarios:

pedro uhart dijo...

estupendo!! - como un cuento de Ray Bradbury Grillo
2602

Asunción Aldunate dijo...

Excelente relato. Esa invisibilidad es nutrida con un rico mundo interior.